Libertad Religiosa - Libertad y laicismo

Laicismo mal defendido es dividir el poder

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Escribió C. S. Lewis que adoraba a Dios, pero odiaba la teocracia. Creo que tiene razón. La mezcla de las iglesias con el gobierno no conduce a nada bueno: la coerción gubernamental no va con la libertad religiosa. El tema, que es uno muy viejo en política, es nuevo para México y produce reacciones extremas.

Aún aquí no puede hablarse de él con sosiego y placidez. Demasiados comentarios que defienden el laicismo gubernamental lo han convertido en una religión que no puede ser examinada. El laicismo, mucho me temo, recibe un culto religioso que produce fanatismo e impide el empleo de la razón. Por eso, cualquier influencia religiosa es interpretada como un ataque a la otra religión, el laicismo.

Tratemos en tema sin pasiones. Sin acudir a otra cosa que no sea la razón. ¿Pueden las iglesias y sus jerarcas hablar de lo que deseen? No veo otra manera de responder que sí, que lo pueden hacer porque el resto de las personas tiene esa misma libertad. Si de lo que quiera puede hablar un cantante de rock o una actriz de telenovelas, no veo por qué no puede hablar de lo mismo un pastor, un rabino, o un sacerdote.

Consecuentemente, negar la libertad de expresión a unos es una petición absurda de quienes defienden esa interpretación del laicismo. El laicismo no puede sustentarse en violar la libertad de un grupo de la población. Defiendo la separación de iglesias y gobierno, pero no la alteración de un derecho que es igual para todos sin excepción.

Si alguien, el que sea, ejerce su libertad de expresión diciendo que tal o cual iglesia es falsa, tonta, atrasada... no puedo aceptar que esa misma iglesia carezca del derecho a expresarse también, para defenderse o comunicar sus creencias. Interpretar al laicismo como el impedir a otros hablar es algo en extremo tonto y, peor aún, olvida que de lo que se trata es de separar a las iglesias del poder coercitivo del gobierno... y no de violar derechos de libre expresión.

El asunto se complica más con otra realidad que los malos defensores del laicismo ignoran. Los gobernantes pueden pertenecer a una religión, la que sea y es obvio que si son observantes, esa religión va a influir en sus acciones políticas. No hay manera de evitar esto, excepto el poner como requisito que para ser gobernante la persona no debe pertenecer a religión alguna... una discriminación injusta e ilegal.

No puede tampoco interpretarse al laicismo como el sólo tener gobernantes que sean ateos o no pertenezcan a religión alguna. Y si esto se hace, entonces se tendría en el poder a una serie de personas con “otra” religión. Apoyar al laicismo creyendo que las creencias religiosas no deben ser consideradas defiende mal al laicismo bueno, que es el de la división del poder.

Otra cosa en la que los defensores del laicismo equivocan su postura es la creencia que tienen: piensan que toda postura moral conservadora es un ataque religioso al laicismo. Por definición, por tanto, el laicismo acepta sin cuestionar posturas morales progresistas. Convierten al laicismo en lo que no es, la defensa de una moral laxa.

Si alguien con peso político se opone al aborto, o al subsidio de condones, de inmediato eso es interpretado como un ataque al laicismo y se comienza a lanzar todo tipo de adjetivos que mencionan la Guerra Cristera, las actitudes moralizantes, la influencia indebida del clero, la fragilidad del gobierno mexicano. Toda una letanía que pierde la razón de ser del laicismo.

Tener una posición moral conservadora no es un ataque al laicismo. Apoyar posiciones morales progresistas tampoco es laicismo. La correcta definición del laicismo es la separación de las iglesias del poder político, evitando la unión de esos dos poderes. Y éste, que es el punto central del laicismo, lo pierden sus defensores yendo por caminos equivocados.

Laicismo no es atacar a las iglesias, ni querer que ellas permanezcan en silencio, ni la defensa de éticas progresistas. El laicismo, bien interpretado, permite la convivencia de gobiernos e iglesias, al mismo tiempo que separa sus poderes. Eso es todo. El resto es gritería absurda.