Non sub homine sed sub Deo et lege (cuya traducción libre viene a ser: «no bajo la autoridad del hombre, sino de la de Dios y de la ley»). Estas son las palabras que aparecen en el frontispicio de la fachada principal de la biblioteca de la Facultad de Derecho probablemente más prestigiosa del mundo: Harvard Law School, o HLS en su forma abreviada más común en su propio entorno geográfico.
A finales de octubre, un Comité Curricular de la Universidad de Harvard publicó un informe en el que proponía la introducción de una nueva asignatura de carácter obligatorio, a fin de mejorar la formación intelectual y cultural de todos sus estudiantes: «Razón y Fe». La noticia sorprendió a conocidos y extraños, pues en la actualidad esta Universidad no se caracteriza precisamente por su talante conservador. Quizá por ello en la prensa americana se hizo oportuno eco, tomando consciencia de que, como reconocía un periodista del Washington Post, «esta noticia no debe ser subestimada, habida cuenta de la ascendencia de la que goza la Universidad de Harvard. Si esta asignatura de religión efectivamente se implanta, muchas otras Universidades americanas harán lo mismo». Su contenido no sería, lógicamente, apologético, sino que examinaría la religión desde una perspectiva histórica, tanto nacional como global. Otro articulista en The Harvard Crimson, un conocido periódico de dicha Universidad, esgrimía varios argumentos que, a su juicio, justificarían la conveniencia de su introducción e impartición. «Reconozco que algunos abogan por su desaparición, por oponerse a la modernidad, pero the realpolitik muestra más bien lo contrario», señalaba; y concluía diciendo que «el riguroso estudio académico de la ´Razón y Fe´ nos capacitaría para tomar una mayor conciencia de la realidad multiplural, como académicos y ciudadanos, como creyentes o feroces descreídos».
Pese a ello, sería un error pensar que la sociedad norteamericana no está experimentando un notable proceso de secularización. Sin embargo, en algunos aspectos poco tiene que ver con la realidad europea. Cenando con varios profesores de Derecho tras una sesión de trabajo en HLS, uno de ellos -prestigioso historiador del Derecho americano-, comentó con total espontaneidad, y no recuerdo a cuento de qué, la ayuda que le prestó un sacerdote al salir de una iglesia a la que había asistido a misa; por otra parte, en algunas emisoras de radio, la religión es objeto de tratamiento ciertamente frecuente; en las pasadas elecciones parlamentarias, las referencias al factor religioso no resultaban infrecuentes, tanto por parte de republicanos como de demócratas; en un congreso científico al que asistí hace unos días, otro profesor de Harvard, buen colega y amigo mío, llevaba el atuendo propio de los judíos con la mayor naturalidad.
Eso no quiere decir que los profesores de la Universidades americanas sean especialmente creyentes. Las estadísticas muestran precisamente todo lo contrario. Un estudio reciente publicado en The Harvard Crimson revela que el 36´6 % de los profesores de las 50 mejores Universidades americanas se declaran ateos o agnósticos, porcentaje que desciende a un 23´4 si se toma la totalidad de las Universidades americanas. Estas cifras contrastan sin duda con las extraídas de la propia sociedad americana, de la que tan sólo una pequeña parte, un 6´9 %, se define como no religioso. Entre los estudiantes universitarios, otro estudio reciente realizado en la Universidad de UCLA revela que un 79 % de los college freshmen (estudiantes de primer curso) son creyentes, de los cuales un 69 % afirma rezar y encontrar apoyo y guía en su fe.
Con independencia del porcentaje de creyentes, así como de la mayor o menor firmeza de quienes creen y de quienes no, lo que resulta claro es que en Estados Unidos el proceso de secularización no lleva consigo, como en Europa, la conveniencia de relegar las propias creencias a la vida privada, dificultándose su espontánea manifestación en el contexto de la vida social y pública. En este sentido, el secularismo americano poco tiene que ver con el laicismo europeo. Las causas de tales diferencias se encuentran sin duda en la Historia, como tantas otras cosas. La revolución americana careció de la carga ideológica anticristiana de la revolución francesa. Incluso la misma masonería americana no presenta el vigor ideológico que caracterizó -y sigue caracterizando- a la francesa y, por extensión, a la europea. Me parece que los ejemplos traídos a colación resultan especialmente elocuentes, máxime cuando varios de ellos provienen de uno de los sectores de la población americana con mayor índice de ateísmo o agnosticismo.
El americano medio no termina de entender muy bien los motivos por los que pueda resultar preferible no manifestar públicamente las propias creencias, sean cuales sean; ni por qué Europa parece estar empeñada en negar sus propias raíces históricas, con independencia de la realidad social actual; o el distinto rasero con el que se tolera casi todo a unos, mientras se ridiculiza y estigmatiza a otros. «Europe is dying», me comentó un profesor de Derecho constitucional al leer con sorpresa en el New York Times la medida tomada por el Gobierno holandés para advertir a los musulmanes de la cultura que debían estar dispuestos a adoptar si deseaban instalarse en este país: la producción de un vídeo mostrando una mujer en topless y dos hombres besándose. «¿Es ésta la mejor forma de mostrar la cultura europea?», me preguntó. Opté por zanjar el tema diciéndole que las cosas no son tan sencillas.
La sociedad americana es sin duda más respetuosa con los sentimientos y creencias de las personas. Aquí se respira más libremente y se propicia el que uno pueda decir lo que siente y lleva dentro. Por otra parte, el que una Universidad tan secularizada como la de Harvard siga adornando la fachada de uno de sus edificios más emblemáticos con sentencias como la que encabeza este artículo, muestra que para los americanos una cosa son las creencias de cada uno y otra bien distinta la realidad histórica, de la que -con sus luces y sus sombras- no conviene avergonzarse ni renegar, sino -por el contrario- aceptar, para aprender de ella y, en cualquier caso, respetar, pues resulta común a todos. Y si se respeta la historia, sentida como propia para todos, con mayor motivo conviene respetar la libre y espontánea manifestación de las propias creencias de quienes viven en el presente, sean del signo que sean. En este sentido, no cabe duda de que cualquier ciudadano de esta sociedad respira más y mejor, pues su concreto ámbito de libertad en la vida social y pública no varía en función de sus creencias personales. Como debe ser. He ahí una buena lección para la sociedad europea.
Aniceto Masferrer es Profesor Tit. de Historia del Derecho (Universitat de Valencia).
Profesor de la Facultad de Derecho de Harvard (Estados Unidos).
Publicado en Levante, Valencia (España), 16 de diciembre de 2006.