Los símbolos cristianos parecen estar en vías de extinción. El pasado octubre se quitó una cruz en el altar de la capilla del College of William and Mary, en Williamsburg, Virginia, por orden de la presidenta de la institución, Gene Nichol. La decisión desató un duro debate, que culminó con el anuncio de que la cruz volvería a la capilla, según informó el Washington Times el 7 de marzo. La cruz, no obstante, no volverá al altar, sino que será colocado en un expositor en una caja de cristal.
Esta última decisión se tomó después de que alumnos consternados hubieran amenazado con la retirada de millones de dólares en donaciones.
En un reportaje el 26 de diciembre sobre la controversia, el Washington Post observaba que la presidenta del colegio quería quitar la cruz para no excluir a los estudiantes no cristianos. El artículo añadía, sin embargo, que antes de su decisión, cualquier persona que utilizara la capilla para bodas y otros servicios podía pedir que se quitara la cruz.
El College of William and Mary es la segunda institución educativa más antigua de Estados Unidos y su capilla fue construida por Wren en 1732. En 1906 se convirtió en una institución financiada por el estado. La cruz, informaba el Washington Post, fue donada por la Iglesia Episcopaliana Bruton Parish y ha estado allí desde los años treinta.
El símbolo de la cruz también ha recibido ataques en Canadá a finales del año pasado. El consejo superior de la Universidad Simon Fraser, en la Columbia Británica, decidió quitar las dos cruces de su escudo de armas, según informó el diario National Post el 27 de diciembre.
Warren Gill, vicepresidente de relaciones de la Universidad, explicó que las cruces junto con el hecho de que las universidad debe su nombre a una persona –el explorador Simon Fraser– haya llevado a «culturas extranjeras» a concluir erróneamente que la universidad «es una universidad religiosa privada, en vez de una institución provincial», informaba el National Post.
En España ha surgido el conflicto de los crucifijos en las aulas de los colegios públicos. Una escuela primaria de Valladolid decidió quitar los crucifijos de las clases, informaba el diario ABC el 27 de noviembre.
Comentando el asunto, el arzobispo de Sevilla, el cardenal Carlos Amigo, declaró que es mucho más importante enseñar a un joven alumno cristiano a respetar a una chica que use el velo musulmán, y que ella respete al chico que lleva un crucifijo, que prohibir a ambos que lleven ambos símbolos.
El 13 de enero, el ABC informaba de otra escuela pública en Palencia que volvió a poner los crucifijos tras las protestas de los padres ante la decisión de quitarlos.
Excepto la religión
El artículo también informaba de que las disputas de los colegios están teniendo lugar en un momento en el que la conferencia episcopal ha criticado al gobierno por su celo en excluir los símbolos religiosos de los eventos públicos.
De hecho, esto ha sido tema de una carta pastoral de los obispos, publicada el 23 de noviembre. El texto observa que hay un «alarmante desarrollo» del laicismo en la sociedad española. No se trata de la necesidad de salvaguardar la independencia del orden temporal y sus instituciones, sino más bien de un intento de excluir a Dios totalmente.
Cualquier referencia a Dios, observaban los obispos en su declaración, es considerada cada vez más como una señal de inmadurez intelectual y una falta de libertad humana. Este extenderse del ateísmo en la cultura moderna, continuaba el documento, marca un cambio fundamental en la vida de cada persona, dado que Dios es parte vital de las raíces y cultura de muchas sociedades.
El deseo de excluir a Dios de este modo tan radical -comentaban los obispos- se debe al deseo de ser dueños absolutos del propio destino y de ordenar la sociedad según la propia voluntad sin referencia a ninguna autoridad más alta. De aquí surge el menosprecio de la religión y la consideración idolátrica de los bienes del mundo como bien supremo, añadían los prelados.
En Inglaterra sigue el debate sobre los símbolos cristianos. El año pasado se pidió a una empleada de British Airways que no llevara una pequeña cruz al cuello en su trabajo. A principios de año, la Robert Napier School de Gillingham, en Kent, pidió a una de sus estudiantes católicas, que se quitara un colgante con una cruz, informaba el 13 de enero el periódico Daily Mail.
Su familia protestó rápidamente, observando que el colegio permite a las alumnas musulmanas usar pañuelos en la cabeza y los estudiantes sikhs van a clase con turbantes y brazaletes, apuntaba el artículo.
Perder el trabajo
Los conflictos entre trabajo y religión son frecuentes en Estados Unidos. En el 2003, Connie Rehm de Savannah, Missouri, perdió su puesto de trabajo en la biblioteca pública de la ciudad por negarse a trabajar los domingos. La biblioteca había comenzado a abrir los domingos, pero Rehm, luterana, declaró que su fe le prohibía trabajar ese día.
Fue readmitida el pasado otoño tras llegar su caso hasta los tribunales federales, informaba el 16 de noviembre Associated Press.
La importancia del tema de la discriminación religiosa se refleja en la decisión del Departamento de Justicia de Estados Unidos de poner en marcha un programa para ayudar a proteger a las personas en este tema. El First Freedom Project fue lanzado el 20 de febrero por el Fiscal General, Alberto Gonzales.
Es frecuente referirse a la libertad religiosa como la «Primera Libertad» porque aparece en primer lugar en la Carta de Derechos, observaba la nota de prensa de la página web del proyecto.
Junto a este proyecto, el Departamento de Justicia publicó su «Informe sobre la Aplicación de las Leyes que protegen la Libertad Religiosa: Años Fiscales 2001-2006».
Papel en la sociedad
Tratando el tema de los derechos humanos y la religión, el observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, Mons. Celestino Migliore, defendía la necesidad de respetar la libertad religiosa. En su discurso del 27 octubre ante un comité de la Asamblea General, el representante vaticano apuntaba que es esencial la libertad de creencia, culto y testimonio de la propia fe. «La Santa Sede sigue preocupada por algunas situaciones en las que la existencia de medidas legislativas y administrativas aprobadas o propuestas para limitar la práctica, observación o propagación de la religión son una realidad», afirmaba Mons. Migliore.
La primer ministro de Irlanda, Bertie Ahern, defendió recientemente los derechos de la religión en la vida pública. Existe «un legítimo papel para las Iglesias y las comunidades de fe en la vida pública», manifestaba el 26 de febrero en la inauguración de lo que se ha llamado «Diálogo Estructurado con las Iglesias, las Comunidades de Fe y los Organismos no Confesionales». El diálogo con las iglesias y los grupos religiosos -continuaba- es importante para «comprender las creencias y los valores que han formado nuestras instituciones, costumbres y valores y que proporcionan la clave del sentido pleno de la identidad de mucha de nuestra gente».
«Retroceder como país en nuestra viva y vibrante vida de fe religiosa sería una perdida y un error», sostenía el líder irlandés. «Las actitudes morales inculcadas en una cultura de fe son la esencia de las creencias de muchísimas personas que no se considerarían a sí mismos adscritos a ninguno credo o denominación particular». «Si la Irlanda moderna dislocara su herencia de creencias religiosas, nuestra cultura y nuestra sociedad estarían a la deriva de sus raíces más profundas y de una de las fuentes más vitales que nutren su crecimiento y dirección hacia el futuro», sostenía Ahern.
La primer ministro describía como «no liberales» las voces que forman parte del laicismo agresivo que ignora la importancia de la dimensión religiosa y desean confinar la religión de forma estricta a la esfera privada.
Los gobiernos, continuó, «que rechazan o no logran entrar en diálogo con las comunidades e identidades religiosas, corren el riesgo de no cumplir sus deberes fundamentales para con sus ciudadanos».