Aunque “no hay ninguna religión en el mundo que esté exenta de discriminación”, la cristiana es la más perseguida.
Lo denunció el pasado 21 de octubre en Nueva York el arzobispo Celestino Migliore, nuncio apostólico y observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas.
“Está bien documentado que los cristianos son el grupo religioso más discriminado”, afirmó el prelado durante su intervención en la 64ª sesión de la Asamblea General del organismo sobre la promoción y defensa de los derechos humanos.
“Más de 200 millones de ellos, de varias confesiones, se encuentran en situaciones de dificultad debido a estructuras legales y culturales que conducen a su discriminación”, especificó.
“A pesar de ser repetidamente proclamado por la comunidad internacional y especificado en los instrumentos internacionales y en las Constituciones de la mayor parte de los Estados”, el derecho a la libertad religiosa “continúa siendo hoy violado de una manera amplia”, constató.
“Actos de intolerancia y violaciones de la libertad religiosa continúan perpetrándose de muchas formas”, por lo que “cada vez se llevan más casos a los tribunales o a los organismos internacionales para los derechos humanos”.
La amenaza de las leyes sobre la blasfemia
En los últimos meses, recordó el observador permanente, algunos países de Asia y de Oriente Medio han visto a las comunidades cristianas “atacadas, con muchos heridos y muertos”, e “iglesias y casas presas de las llamas”.
Estas acciones, señaló, “han sido cometidas por extremistas en respuesta a las acusaciones realizadas contra algunas personas en base a las leyes antiblasfemia”.
En este contexto, monseñor Migliore declaró que su delegación “valora y apoya” la promesa del Gobierno de Pakistán de “revisar y enmendar esas leyes”.
Las disposiciones legislativas sobre la blasfemia, prosiguió, “se han convertido demasiado fácilmente en una oportunidad, para los extremistas, de perseguir a los que escogen libremente seguir una tradición de fe distinta”.
Y han sido utilizadas para “fomentar la injusticia, la violencia sectaria y la violencia entre religiones”, añadió.
Ante a esta situación, los Gobiernos deben “afrontar las causas profundas de la intolerancia religiosa y abolir estas leyes que sirven como instrumentos de abuso”.
Voluntad de cambio
Si en la legislación que restringe la libertad de expresión “no se puede cambiar la actitud”, declaró el arzobispo Migliore, “lo que aquí en cambio se necesita es voluntad de cambio”.
Ésta se puede lograr “concienciando más a las personas, conduciéndolas a una mayor comprensión de la necesidad de respetar a todas las personas, independientemente de su fe o de sus antecedentes culturales”.
Los Estados, por su parte, “deben evitar adoptar restricciones a la libertad de expresión, que a menudo han conducido a abusos por parte de las autoridades, y evitar también silenciar las voces disidentes, sobre todo las de las personas que pertenecen a minorías étnicas y religiosas”.
La auténtica libertad de expresión puede contribuir a un mayor respeto por todos y proporcionar la oportunidad de hablar contra violaciones como la intolerancia religiosa y el racismo, y promover la igual dignidad de todos”, indicó.
Visto que el odio y la violencia hacia determinadas religiones que persisten en varios lugares apuntan a una situación caracterizada por la intolerancia, “es imperativo que las poblaciones de las diversas tradiciones de fe colaboren para crecer en la comprensión recíproca”, destacó.
Y añadió: “Es necesario un auténtico cambio de mentalidad y de corazón”.
Este objetivo -aseguró-, se logra sobre todo a través de “la educación a la importancia de la tolerancia y del respeto por la diversidad cultural y religiosa”.
“La cooperación entre las religiones -concluyó el arzobispo- es un requisito para la transformación de la sociedad”, porque “realmente es posible construir una cultura de la tolerancia y de la coexistencia pacífica entre los pueblos”.
Fuente: servicio diario de Zenit, 28 de octubre de 2009