Se denomina josefinismo al sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado que se intentó imponer a finales del siglo XVIII. Recibe su nombre del Emperador José II de Austria (1780-1790), que fue uno de los principales autores del sistema. En él la Iglesia debería estar subordinada al Estado en todos sus aspectos externos (disciplinares y de derecho interno de la Iglesia) en atención al interés del Estado en promover el bien común, lo que llevaba -según sus promotores- a interesarse por el bien espiritual de sus súbditos. En efecto, el canciller Kaunitz, uno de los protagonistas de los hechos, declaró que «le importa mucho al Príncipe que el Dogma permanezca conforme al Evangelio, y que tanto la disciplina del clero como el culto se ajusten a las necesidades del bien público, no menos que el determinar con libre criterio a quién, sea éste quien fuese, pueden confiarse cosas de tanta trascendencia»1.
El sistema derivó en un intervencionismo asfixiante por parte del Estado. Entre otros ejemplos, el Estado designaba el número de seminarios y de seminaristas que podría haber, se impedían las comunicaciones de los Obispos entre sí o con Roma, los monasterios dejaban de depender de sus superiores en Roma, etc. A la Iglesia protestante, que era tolerada desde 1781, se le aplicaron medidas similares.
El josefinismo no fue un suceso aislado, sino que responde a una política deliberadamente puesta en marcha. Ya la Emperatriz María Teresa (1740-1780) implantó el sistema en la Lombardía austriaca en 1768 y al año siguiente se extendió a toda la monarquía austriaca. José II, al suceder a su madre, mantuvo el sistema y lo amplió dando normas detalladísimas sobre aspectos nimios. En plena época ilustrada su interés era reformar con espíritu ilustrado las manifestaciones de fe, para lo cual declaró competencia del Estado casi todo lo religioso, como el número de altares y su ornato, el breviario, las peregrinaciones, las procesiones, el culto a las reliquias, etc. Llegaba a extremos ridículos, como determinar el número de velas que se deben encender en los oficios sagrados. Se comprende que este monarca haya pasado a la historia con el pseudónimo de rey sacristán, o que sus enemigos le motejaran como el Sacristán Mayor del Imperio. Personalmente el Emperador era creyente y piadoso y sus disposiciones respondían muchas veces a reformas necesarias, pero el modo de hacerlas era desacertado y además el principio que sentaba no podía ser admitido por la Iglesia. Sin embargo, a partir de 1783 José II creó seminarios generales en los que se impartía una enseñanza de escaso espíritu religioso y el clero era educado de modo especial para el servicio del Estado. También suprimió centenares de conventos por considerar que no eran necesarios para el Estado.En 1782 el Papa Pío VI hizo una visita a Viena con el propósito de llegar a un acuerdo con el emperador. Pero ni esta visita ni la devolución que hizo José II a Roma el año siguiente sirvieron para solucionar el intervencionismo del Emperador.
En su último año en el trono José II suavizó algunas de sus normas, lo que parecía abrir la esperanza de la derogación de su sistema. Su hermano y sucesor en el trono, Leopoldo II (1790-1792), a pesar de las promesas que hizo a los obispos y de algunos cambios positivos que hizo, confirmó el sistema administrativo de la Iglesia. El hijo y sucesor de Leopoldo II, el emperador Francisco II (desde 1804 se hizo llamar Francisco I) mantuvo el josefinismo.
Desde 1820 Francisco I realizó cambios en cuanto a la forma de aplicar el josefinismo en sus dominios, y además inició una amplia correspondencia con la curia romana, merced a la cual el Emperador hizo promesas formales de suprimirlo totalmente en sus dominios. Hubo para ello negociaciones en Viena (1832-35) entre el nuncio pontificio Ostini y el canciller Metternich, pero no llegaron a ningún resultado concreto debido a la muerte repentina del Emperador el 2 marzo de 1835. Bajo el régimen de su sucesor en el trono, el emperador Fernando I (1835-48), el josefinismo continuó manteniéndose igual que antes, y solo durante el reinado del emperador Francisco José I (1848-1916) el josefinismo fue suprimido mediante los decretos del 18 y 23 abril de 1850.
Como ya se ha indicado, muchas de las medidas adoptadas por el josefinismo fueron positivas para la Iglesia, como las mejoras en el sustento de los sacerdotes o el aumento de parroquias, que llevó a una mejor atención de los católicos. Pero como contrapartida el clero se convirtió en una especie de funcionariado del Estado, lo cual por otro lado era uno de los objetivos declarados del sistema.
Se puede concluir diciendo que el josefinismo fue una forma de regalismo, y supuso una intromisión en los asuntos de la Iglesia y de la religión muy propia del despotismo de las luces, donde el soberano consideraba que debía velar por el bien integral de sus súbditos en todos los campos, sin omitir los asuntos espirituales.
1 Citado por Ferdinand Maas, voz Josefinismo en Gran Enciclopedia Rialp.