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Clericalismo, laicismo y laicidad (laicismo en El Salvador)

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En medio de las opiniones sobre la conveniencia o no de implantar lecturas bíblicas en las escuelas, surge, sin tocarlo a fondo, como de refilón, lo que es, o lo que debe ser, un gobierno laico. Tema de la mayor importancia para la vida de una auténtica democracia.

Es de primordial importancia que la Constitución y el gobierno de países democráticos, cuando declaren ser un Estado laico, se alejen por igual del clericalismo -la intromisión de lo religioso en el poder público- y del laicismo, donde el gobierno dificulta, impide o persigue la libertad religiosa de sus súbditos. Sobre ese asunto, ríos de tinta han corrido en Europa, donde la laicidad -verdadera neutralidad religiosa de las leyes y de la actuación de los gobiernos- ha sido atropellada con frecuencia por un laicismo -ataque a la religión- más o menos encubierto. Ejemplo: el actual gobierno socialista español, tratando continuamente de establecer un fundamentalismo laicista anticristiano.

Cerro Lambaré en ParaguayLa separación del poder temporal del poder religioso es de clara raigambre evangélica. Son palabras rotundas de Jesucristo: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Y aunque no hayan faltado abusos de clericalismo o de laicismo a lo largo de sus siglos, es uno de los mayores aciertos y glorias de la civilización cristiana. En este punto, siempre ha estado muy por encima de otras civilizaciones ilustres, la hindú o la islámica, por ejemplo.

¿Como se vive en nuestro país la laicidad del Estado? ¿Estamos lejos de esos extremos perniciosos del clericalismo y del laicismo?

La sociedad más genuinamente salvadoreña es cristiana pero tiende al clericalismo. Véase cómo se titulan los comercios: nombres de santos aparecen por todas partes y así puede encontrarse un almacén rural que se titula nada menos que "la Divina Providencia" o "la Santísima Trinidad". Los periodistas no se recatan nunca de pedir, con insistencia, la opinión de obispos, sacerdotes y religiosos sobre temas profanos, sobre los cuales la autoridad y competencia de ellos, por alta que sea su jerarquía, no tiene mayor valor que la de cualquier otro honesto ciudadano.

La actitud de Jesucristo fue clara, no sólo en esa ocasión sobre el denario con la imagen del César, sino también cuando uno le pidió que fuera juez en una disputa sobre una herencia. No quiso intervenir.

Pero por otra parte, la sociedad salvadoreña está asediada por fuerzas poderosas antirreligiosas y más exactamente anticristianas que la contaminan desde dos campos: uno, el marxismo más o menos criollo, pero siempre materialista y ateo, aunque lo disimule; el otro campo, el imperialismo capitalista y materialista de origen norteamericano y europeo.

Anticristianos son todos sus esfuerzos por convertir la fornicación en un derecho individual, su falsa educación sexual que nos ha llenado de Sida y de infecciones de transmisión sexual, su promoción del aborto como un derecho, su hipócrita sentido de la no discriminación, tratando de igualar -injustamente- los derechos de los matrimonios a los de parejas homosexuales y toda una serie de material televisivo, cinematográfico y publicitario que colaboran a la corrupción social, fomentando la violencia, la sensualidad pervertida, la inmoralidad sexual y el poder del dinero, falsos ídolos y falsos caminos a la felicidad.

El Estado salvadoreño, con este gobierno y con los anteriores ¿pretende ser ajeno o incapaz de impedir ese ataque a las buenas costumbres cristianas? ¿Tan escasa es nuestra libertad e independencia nacional?

Me gustaría que todos los salvadoreños pudiéramos estar de acuerdo con lo que Sarkozy, presidente de Francia, dijo en su discurso en la basílica de San Juan de Letrán (20-12-2007), cuando insistió en que la laicidad no debe ser la negación del pasado, no debe tener el poder de desgajar de un país su cultura cristiana. «Como Benedicto XVI -insistió- considero que una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa, de su historia comete un crimen contra su cultura, contra el conjunto de su historia, de patrimonio, de arte y de tradiciones populares que impregna tan profunda manera de vivir y pensar. Arrancar la raíz es perder el sentido, es debilitar el cimiento de la identidad nacional, y secar aún más las relaciones sociales que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria».

Esa ley que obligaría a la lectura de siete minutos de párrafos de la Biblia en todas las escuelas públicas, sería una intromisión clerical que además está en desacuerdo con el verdadero espíritu cristiano. Ya desde el primitivo cristianismo Tertuliano aclaró que "no es propio de la religión, obligar a la religión". Estableciendo hoy el gobierno ese mínimo pero torpe clericalismo, no remedia nada. Valdría más que fuera firme en no ceder ante todas las fuerzas laicistas, que contribuyen a la corrupción del matrimonio, la familia y la sociedad.

Luis Fernández Cuervo es doctor en medicina y columnista de El Diario de Hoy (El Salvador)

Fuente: El Diario de Hoy, San Salvador, 18 de julio de 2010

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