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Occidente y la proscripción del cristianismo

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Hace treinta años, el entonces cardenal Ratzinger recordaba que el apelativo "cristianos", aparecido por primera vez en Antioquía hacia el año 44 d. C., había sido acuñado por las autoridades romanas para identificar a los pertenecientes a una camarilla de malhechores, seguidores de uno que había sido condenado a muerte como delincuente. «El nombre de "cristiano" se convertía, de esta manera, en título de imputación penal: quien llevaba este nombre ya no tenía necesidad de que se demostrara su culpabilidad en otros delitos y era, por tanto, juzgado reo de muerte».

Este recuerdo histórico parece más pertinente que nunca ante la secuencia de normas que desde hace decenios son creadas en todo el mundo en materia de derechos humanos y familiares. Divorcio, aborto, matrimonio gay, educación a la ideología de género, abolición de las tutelas jurídicas del matrimonio y su equiparación a cualquier tipo de convivencia, eutanasia. En un futuro llegarán también la legalización de la pedofilia y de cualquier droga, completando así el callejero de las fugas de la realidad.

Siguiendo la corrupción generalizada de las costumbres, hoy las leyes son adaptadas a una sociedad en pleno cambio. De un cuadro institucional fundado sobre los principios cristianos (auténtica aportación de Europa al progreso de la humanidad) se pasa a un contexto no cristiano: más tolerante, dirán algunos. En realidad, basta leer la Carta sobre la tolerancia de John Locke (1685) para entender cómo ésta es válida para todos menos para los católicos.

El Patriarca de Constantinopla
El Patriarca de Constantinopla

Una legislación totalmente contraria a los preceptos de Cristo no construye simplemente un ordenamiento a-religioso: impone uno anti-religioso. La licencia para todos los comportamientos que están en conflicto con los dictámenes más sagrados de la fe, al estar en contraste con el sentimiento común, acompaña de hecho a la prohibición de cualquier tipo de disentimiento en los actos e incluso en las palabras, so pena de sanción. Esto significa una sociedad en la cual el cristianismo -y los cristianos- ya no tienen derecho de ciudadanía.

Algunos ejemplos. En un número creciente de países se impone a las instituciones católicas (que operan en campo social) que financien el aborto para sus empleadas o que acepten a directivos gay. En la India, las religiosas de Madre Teresa han tenido que cerrar los orfanatos para no entregar a los niños -que ellas arrancaban de la muerte- a personas gay. El problema es muy grave también en Gran Bretaña e Irlanda. Las jóvenes generaciones son el objetivo preferido: abolida la Navidad, prohibidos los nacimientos en los edificios públicos y las canciones navideñas en las funciones escolares, se introducen obligatoriamente enseñanzas inmorales y científicamente insensatas en ámbito antropológico. Pero el objetivo no está sólo en las acciones.

Las normativas contra la llamada "homofobia" introducen de hecho el delito de opinión, patrimonio de los tiempos más oscuros de la historia moderna. Esto significa, por ejemplo, que ningún empleado público (pero tampoco privado) podrá mantenerse fiel a los principios en los que cree, pues puede ser discriminado, despedido, o ir a la cárcel. Es un plan muy refinado el que se está llevando a cabo y, no es casualidad, está patrocinado por organismos como la ONU, la UE, etc, que no tienen ninguna legitimación democrática. Esto plantea, de una manera muy evidente, el problema de la libertad: nacional, de grupo, individual. La libertad que Cristo ha venido a anunciar a los hijos de Dios.

En Francia, la ostentación de símbolos religiosos está prohibida. Prohibida la cruz delante de las iglesias. Prohibido llevar colgada una cruz que no sea mínima. Prohibido el velo para las mujeres islámicas. Prohibido hablar: según la ley de separación entre Estado e Iglesia de 1905, un sacerdote que en su iglesia ose criticar una disposición de ley podría ir a la cárcel de 3 a 9 meses. ¡Vaya con la "no discriminación"!

Al contrario, denigrar la ley divina está considerado signo de apertura mental (pensemos en Charlie Hebdo), hasta el punto de que la profanación de los edificios de culto está protegida por los jueces. La obscena intrusión de las Femen en la basílica de Notre Dame en París no ha sido considerada merecedora de censura ni en primera ni en segunda instancia. El daño ha sido ignorado como delito; en cambio, los guardianes de la basílica han sido condenados por haber echado a las poseídas con demasiado celo. Para que se sepa, la legión extranjera de las Femen tiene base en París, precisamente como la tenían las Brigadas Rojas. Extraña coincidencia.

Amenazar, acallar, aniquilar el cristianismo -en palabras y en obras- parece ser el programa, al cual Italia debería adaptarse para no "quedar mal" ante los países llamados "civiles". Es una nueva versión del "despotismo ilustrado" del siglo XVII. Pero sería mejor decir, desviado.

Criticar y oponerse a los comportamientos y las leyes que están en conflicto con la palabra de Dios es algo, por otra parte, que está dentro del ADN del testimonio cristiano. El inicio de la predicación de Jesús está marcada, y no es casualidad, por la ejecución del último profeta de Israel -su primo Juan-, motivada por su oposición a la inmoralidad pública de su soberano al que había echado en cara "no te es lícito tomar la mujer de tu hermano". Un paso incómodo para tantos cristianos "de visión amplia".

De todo lo que está sucediendo hemos sido avisados desde siempre. Escribe, de hecho, Pablo: «En los últimos tiempos vendrán momentos difíciles. Los hombres serán egoístas, amantes del dinero, vanidosos, orgullosos, blasfemadores, se rebelarán a los padres, serán ingratos, sin religión», etc., etc.

No nos consuela constatar que se trata de signos inequívocos del inminente colapso de la civilización europea. ¿Nadie sabe leer los índices de bolsa? Como Cristo ante la pasión, debemos llorar sobre las ruinas de Jerusalén. Escuchemos de nuevo las palabras del Papa emérito. «Aceptar el apelativo "cristiano" es confesión y testimonio; es, por lo tanto, expresión de disponibilidad al martirio. "Cristiano" y "mártir" significan exactamente la misma cosa». En este mundo cada cosa exige su precio.

Fuente: Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân, 25 de enero de 2016

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