Recientemente el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha emitido una polémica sentencia que se refiere a la libertad de expresión. El caso surgió cuando una mujer en una clase mencionó el matrimonio de Mahoma con Aisha, una niña de 6 años, que fue consumado cuando ella tenía 9. En el marco de un seminario sobre información básica sobre el Islam, se le ocurrió afirmar que al profeta del Islam “le gustaba hacerlo con niñas”, e hizo una pregunta retórica: “¿un hombre de 56 años y una niña de 9? ¿Cómo llamamos a esto, si no es pedofilia?”
La polémica afirmación se difundió fuera de las clases, lo cual generó indignación entre los musulmanes e iniciaron juicios contra ella. Hasta ahora no hay nada en la narración de los hechos que nos pueda llamar la atención: pero a partir de ahora, prepárese el lector para llevarse varias sorpresas.
La primera de ellas, que los tribunales austriacos que examinaron el caso dieron la razón a los demandantes en todas las instancias. Y la segunda de ellas, la argumentación que dieron: según el Tribunal Supremo austriaco, es cierto que existe el derecho a criticar una religión, pero sus apreciaciones sobre hechos deben tener en cuenta el contexto histórico, por lo que no debían considerarse objetivas. Además, su lenguaje debía “entenderse como destinado a demostrar que Mahoma no merece el culto” y en vez de eso estaba diseñado para menospreciar el Islam. Vaya, al parecer si decimos que el matrimonio de Mahoma y Aisha es indigno, denigramos no al maduro novio, sino a todo el Islam.
Pero no acaban aquí las sorpresas. El caso llegó al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), que consideró acertadas las anteriores razones, y añadió otros motivos: según este organismo, las sentencias de los tribunales austriacos mantienen el equilibrio entre el derecho a la libertad de expresión y el de protección de los sentimientos religiosos. Aún más, es necesario preservar la paz religiosa en Austria. Que tomen nota los lectores, si desean que sus pretensiones sean tenidas en cuenta por los tribunales, háganse fama de revoltoso, que así tendrán más garantías de que le den la razón los tribunales para así preservar la paz.
Propongo ahora al lector un ejercicio de imaginación. Supongamos que hay un escarnio contra la Iglesia, o Jesucristo, o la Virgen María. ¿A quién daría la razón los tribunales?
Lamentablemente, lo que he propuesto no es un ejercicio, sino que es realidad. Cualquiera conoce muchos ejemplos de artistas, literatos, cineastas, políticos, o de cualquier profesión que busque notoriedad, que afrenta lo más sagrado para un cristiano, sin que tenga la más mínima consecuencia. Al contrario, obtiene publicidad gratuita, que además es presentada como un acto de valentía o de rebeldía contra oscuros poderes. Y ay del obispo que proteste: que busque palabras justas porque puede ser él el sancionado.
Por eso, mi deseo es que los tribunales europeos defiendan nuestros sentimientos simplemente igual que los de los musulmanes. No pido más. Que conste que no pido que blinden la religión católica: en un Estado respetuoso de la libertad de expresión, debe ser posible debatir sobre la veracidad de las religiones y los argumentos de los creyentes. Pero a la vez, debería respetarse los sentimientos de los creyentes, de todos, sin distinción de credos.