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Carta a los católicos chinos

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El extremo oriente vuelve a estar en nuestro punto de mira, en esta ocasión por sendas noticias significativas. La primera se refiere al anuncio realizado por el cardenal Bertone al término de la cumbre vaticana sobre la situación de la Iglesia en China, de que Benedicto XVI dirigirá una Carta a los católicos chinos; la segunda es la visita al Vaticano, por primera vez en la historia, del primer ministro de Vietnam.

Tras dos días de intenso coloquio en la Secretaría de Estado, en el que han participado los cardenales de Hong Kong, Kaohsiung (Taiwán) y el obispo de Macao, así como varios expertos sobre la situación china, nadie duda de que el dossier China está abierto sobre la mesa de Benedicto XVI con el sello de "urgente". En esta reunión se ha intercambiado mucha información entre los responsables vaticanos y los prelados chinos que gozan de un margen suficiente de libertad, pero también se ha comenzado a diseñar una estrategia de fondo orientada a conseguir, en el menor tiempo posible, condiciones de plena libertad para los católicos chinos, para que pueda manifestarse a la luz del día la comunión de fondo, que ya es un hecho, entre quienes han permanecido en la clandestinidad y quienes han buscado un modus vivendi con el régimen comunista. Por otra parte, se trata de alcanzar la plena normalización de relaciones entre Roma y Pekín, para la que el único obstáculo de peso, a día de hoy, es precisamente el mínimum de libertad que la Iglesia requiere para desarrollar su misión.

En el comunicado final se ha rendido homenaje al testimonio de numerosos obispos, sacerdotes y fieles que han sufrido persecución a causa de su fidelidad al Evangelio y a al Sucesor de Pedro. Sin embargo no hay ninguna recusación ni reproche explícito a quienes por debilidad no han sido tan límpidos a la hora de manifestarse, y se levanta acta del hecho de que la inmensa mayoría de los obispos y de los fieles, sea cual sea su adscripción administrativa, permanecen en comunión con el Santo Padre. Esto significa reconocer que la mayoría de los obispos reconocidos por el Gobierno, que fueron consagrados sin la aprobación de la Santa Sede, han solicitado y obtenidos posteriormente ese reconocimiento. El tono del comunicado es francamente esperanzador, pero tampoco debe nublarnos la vista. Los problemas están ahí, y son aún difíciles de resolver, pero da la impresión de que existen visos de que Pekín quiere empezar a removerlos. Benedicto XVI marca una línea con dos polos que se reclaman: reconocimiento del martirio, gloria y roca firme sobre la que construir sólidamente el futuro, y realismo pastoral, para encontrar soluciones en el contexto del post-maoísmo.

El realismo y la prudencia de la que hacen gala los colaboradores del Papa, no esconden que cualquier solución debe respetar los principios de la constitución divina de la Iglesia (que no puede ser gobernada ni mediatizada por ningún poder mundano) y de la libertad religiosa. Otros temas, como el de las relaciones diplomáticas con Taiwán, e incluso los mecanismos de consulta a la hora de nombrar a los obispos, pueden encontrar soluciones razonables. En todo caso, hay que esperar a leer la Carta que Benedicto XVI ha anunciado a través del cardenal Bertone, y que seguramente verá la luz en la próxima primavera.

Algunos observadores hablan ya de "la vía vietnamita", que cobra relieve ante la visita a Roma del premier Tan Dung. Vietnam tiene similitudes, pero también disonancias con el caso chino. Aquí estamos también ante un régimen comunista reciclado, si bien nunca estuvo tutelado por Pekín y muestra una mayor decisión de abrirse a Occidente. Por otra parte, los católicos vietnamitas son unos siete millones, casi el 8% de la población, es decir, conforman una minoría significativa, especialmente en algunas regiones del país. Hay otra diferencia importante: en Vietnam nunca se constituyó una Asociación de Católicos Patrióticos, verdadero tumor en el cuerpo eclesial chino. Con todo, es cierto que en el caso vietnamita se han logrado avances importantes para la libertad de los católicos y para la guía pastoral de sus comunidades, gracias a una sabia concertación que ha permitido disolver muchos recelos y mantener en pie lo que es esencial e irrenunciable para la Iglesia. Ahora mismo los seminarios no dan abasto en el país de los viets, y sus gobernantes parecen haberse convencido de la lealtad fundamental de los católicos a un país en el que llevan siglos trabajando, construyendo y sufriendo.

Fuente: Libertad Digital, 24 de enero de 2006

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