La censura ha existido, existe y existirá, según parece, por muchos años. ¿Por qué? Porque hay quienes rechazan ciertas opiniones, y desean oscurecerlas a cualquier precio.
Hay censuras que son plenamente legítimas: una calumnia que mancha la buena fama de una persona ha de ser eliminada con prontitud. Pero otras censuras respecto de ciertas ideas pueden explicarse perfectamente por el miedo.
¿Miedo a qué? Miedo a que una idea no compartida llegue a difundirse y sea aceptada por otros. Miedo a que las propias ideas queden destruidas desde los argumentos de quienes piensan de otra manera.
En este contexto se enmarcan lo que denominamos como “censuras laicas”. Son censuras que buscan borrar, cuando sea posible, o descalificar duramente, en otros muchos casos, ciertas ideas religiosas en nombre de una mal entendida laicidad.
Así, la censura laica critica como tendencioso, medieval, retrógrado, subjetivo, engañoso, inquisitorial, y otra larga lista de adjetivos negativos, lo que provenga de obispos, sacerdotes o católicos que defienden su fe o presentan aspectos filosóficos y sociales de importancia para la vida pública.
Desde esas críticas orientadas a la descalificación, se busca amordazar a la Iglesia católica. En vez de analizar los argumentos, ver en profundidad los diferentes puntos de vista, analizar los documentos sobre hechos históricos, el censor laico (quizá mejor sería decir laicista) simplemente descalifica, ataca con ironía, o desprecia lo que venga de personas y medios católicos.
Este modo de actuar se explica, como ya fue dicho, por el miedo. Porque si uno cree en la verdad de sus argumentos, y se encuentra con otros puntos de vista, no teme un debate serio, sereno y llevado a cabo con respeto hacia las personas.
También se explica por actitudes de prepotencia e intolerancia, a veces promovidas bajo una falsa apariencia de tolerancia. Algo que ya había ocurrido en uno de los grandes padres de la tolerancia, John Locke, cuando tras defender la tolerancia hacia ideas diferentes la negaba respecto de la Iglesia católica (de los “papistas”), acusada del “delito” de obedecer al Papa de Roma. ¿Es que Locke no obedecía a otra autoridad, el rey de Inglaterra? ¿Es que por ello uno pierde el derecho a ser respetado si expone ideas diferentes de las propias?
Las censuras laicas tienen un origen turbio y obstaculizan enormemente el diálogo. Si queremos un mundo verdaderamente abierto y respetuoso de todas las personas, necesitamos romper con ese tipo de censuras malsanas, y abrirnos a la escucha de aquellos argumentos que exponen, serenamente, puntos de vista diferentes de los nuestros. Así construiremos debates sanos con los que será posible avanzar, poco a poco, hacia verdades que acercan las mentes y los corazones.
Fuente: Análisis y Actualidad, servicio del 11 de agosto de 2015