Los derechos de conciencia, escribió una vez Juan Pablo II, son "la base esencial de todo orden político realmente libre". Si ello es así, deberíamos activar nuestros sensores. Aquí en los Estados Unidos, donde nos enorgullecemos de ser tolerantes hacia la religión, algunos casos recientes parecen sugerir que los derechos de la Primera Enmienda se están poniendo en duda. Ciertos católicos estadounidenses han criticado que la Universidad de Notre Dame quiera conceder un doctorado honoris causa al presidente Barack Obama.
Muestran su descontento de que tal reconocimiento se otorgue mientras Obama está tomando una serie de decisiones que van en contra de las enseñanzas católicas sobre el aborto. Algunos de las personas que protestan son incluso obispos e incluso algún cardenal. Respondiéndoles, William M. Daley reacciona en el Chicago Tribune con desdén. El que fuera encargado de la campaña presidencial de Obama calificó las quejas cardenalicias como "parte de una tendencia preocupante de la jerarquía católica en Estados Unidos consistente en mezclar religión con política". La fe, dijo, es un asunto privado, por lo que estas críticas de altos dirigentes de la Iglesia violan la separación entre Iglesia y Estado al entrar a debatir asuntos públicos.
La semana pasada, el Tribunal Supremo de Iowa echó por suelo una ley que prohibía el matrimonio homosexual. La sentencia consideraba que no existía "base racional" para la ley y, más específicamente, consideraba que la oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo estaba sobre todo basada en argumentos religiosos. Si hubiese aprobado la ley, sostenía, el Tribunal habría estado acatando la religión, algo prohibido por la Primera Enmienda.
El jurista Matthew Franck resume bien las implicaciones de la sentencia: "Si un argumento moral encuentra base en algún mandamiento religioso, entonces utilizar ese argumento con base legal supone una violación de la separación Iglesia-Estado". Aún peor, Franck observa que esta forma de entender la Primera Enmienda es "una falacia lógica, un error histórico y un insulto político".
Es un insulto político porque trata de expulsar a la gente religiosa de la plaza pública al impedirles opinar e influir sobre la ley o la opinión del resto de ciudadanos. Tal y como explicó George Weigel, resulta irónico que Daley, el hijo de un alcalde de Chicago que ayudó a Kennedy a ganar la presidencia, trate de envilecer la autoridad y el liderazgo de la Iglesia invocando un vetusto mito anticatólico sobre obispos que ambicionan el poder político.
El problema debería preocupar a todo el mundo, sea creyente o no. Tal y como demuestra el caso de Iowa, cualquier actitud religiosa está sometida a sospecha en la medida en que colisione con las sensibilidades de la elite política que en esos momentos ocupe el poder. Por eso, también las opiniones de los no religiosos pueden ser excluidas del debate político. En Iowa, si un ateo estaba a favor de la definición tradicional del matrimonio, su postura habría sido declarada inconstitucional por coincidir con la de algunos evangelistas, católicos, mormones o musulmanes.
Debería resultar evidente que éste no es el camino de construir una sociedad libre y pacífica. Los Padres Fundadores introdujeron una enmienda que prohibía que el Estado tuviera una religión oficial, garantizando a toda la gente el derecho a practicar su fe y dejando el resto a las costumbres locales y a la libertad personal.
Al tener presente la influencia de la religión, los tiranos siempre han intentado acercarse y ganarse el favor de los líderes religiosos. Sólo cuando fracasan en ese intento, tratan de neutralizarlos minando su autoridad o apartándolos de la jerarquía. La historia de los tiranos reconoce el camino que algunos han olvidado: Allí donde la gente es libre de actuar de acuerdo con su conciencia, terminarán demandando la capacidad para determinar su destino político. Y allí donde elijan a sus líderes políticos, buscarán también un espacio para ejercer su libertad económica. Todas las dimensiones de la libertad tienden a florecer o a marchitarse juntas.
Estas son las conexiones que Juan Pablo II observó en la Alemania nazi y la Rusia soviética. Aquellos que aman la libertad, tengan fe o no, deberían resistirse a los intentos de silenciar a los creyentes bajo el argumento retorcido de separar Iglesia y Estado.
Fuente: Instituto Acton, 23 de abril de 2009