Libertad Religiosa - Libertad y laicismo

Almas laicas

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“El laicismo consiste en que el Estado no sólo se mantiene neutral frente al fenómeno religioso, sino que le cierra la puerta de las instituciones”. Lo ha escrito, tal cual, el corresponsal en París del diario El País, Martí Font, metiendo la cuchara en una crónica sobre la creación del “Observatorio Laicista”, que el Gobierno francés pretende poner en marcha para ayudar a la Administración, siempre debilucha, a vigilar atentamente a iglesias, templos y creyentes, gente soez y de baja ralea que se desmanda a la primea de cambio. Palabra que no me invento nada.

Conclusión. Los creyentes, ‘mayormente’ los cristianos, que somos los que preocupamos a los ilustrados como Martí, debemos dejar de pagar nuestros impuestos de inmediato. Es claro: si no podemos participar en las instituciones es lógico que no las financiemos.

Lo bueno de Martí, Martí Font, es que se le entiende todo. Es decir, que el Estado no se debe conformar con ser neutral –el Estado nunca es neutral- sino que debe coaccionar a los creyentes, no vaya a ser que inoculen las sagradas instituciones públicas con sus supersticiones.

Créanme, mientras escribía estas majaderías, el bueno de Martí no ha pensado, ni por un momento, que estuviera atentando contra la libertad religiosa. Para Martí, y para todos los progresistas, libertad religiosa es permitirle a un señor que piense en cristiano, incluso que rece, mientras lo haga en voz baja y para él solito. En el acabóse de la tolerancia, es posible que el club de Font nos permita a los cristianos incluso rezar en esos cubículos llamados templos, al menos siempre que los tales inmuebles sean visitados por gente normal, es decir, agnóstica, racional, sensata, como pieza de arte, es decir, como actividad cultural.

Es decir, la modernidad, el mismo Martí, considera que con ello la libertad religiosa, que aún forma parte del listado de derechos humanos, ya está respetada.

Ahora bien, con la libertad religiosa se da el mismo equívoco que con la libertad de pensamiento. Si se reducen al “ámbito privado de la conciencia” no conforma derecho alguno, pues se trata de una actividad natural e inevitable. Nadie puede evitar que piense –incluso, ¡Dios me perdone! que piense lo torpe que es ZP-, por la sencilla razón de que no pueden impedírmelo ni con un millón de policías y otro millón de tribunales. Por las mismas, tampoco pueden impedirme que rece… en el privado ámbito de mi conciencia personal. Esa concepción de la libertad de pensamiento y de la libertad religiosa no es sino una obviedad, una tautología.

No: la libertad de pensamiento se convierte en derecho cuando se hace pública, cuando, por ejemplo, se convierte en libertad para escribir un libro o vocear las propias ideas con un megáfono a quien quiera oírlas. Por lo mismo, la libertad religiosa sólo es derecho cuando se convierte en libertad de culto, cuando puedo ejercitar mi fe, santiguarme en la calle, ante una imagen, o cuando me venga en gana, organizar una procesión o predicar en el Parque del Retiro si así me lo pide el cuerpo. Dicho de otra forma: si me impiden participar en las instituciones, si me obligan a dejar en el perchero el sombrero de cristiano cuando entro en el Parlamento o en la redacción, entonces la libertad religiosa ha sido suprimida… que es lo que está ocurriendo en nuestras muy democráticas sociedades, que es lo que pide el amigo Martí Font. Esta situación acentúa su gravedad si consideramos que no hay ideología, fe, creencia o principio más castrante que la ausencia de ideología fe, creencias y principios.

No seamos ingenuos: no vivimos en peligro de guerra de religión; vivimos una guerra de irreligión declarada, una guerra del laicismo, del ateísmo, si lo prefieren, y no contra “las religiones, los credos, iglesias o creencias” sino contra la religión cristiana, contra la Iglesia Católica. Es pura Cristofobia. Hemos llegado al momento histórico en el que las palabras evangélicas “o conmigo o contra mí” se han hecho carne. Es una encarnación un poco peligrosa, se lo aseguro. Lo que tratan los laicistas es de destruir a la Iglesia y todo vestigio de piedad. Todo lo demás son pájaros y flores.

Almas laicas, con el bueno de Martí, no son más que tiranos liberticidas. Mucho cuidado con ellos.

Publicado en Hispanidad, Madrid 30 de marzo de 2007

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