En agosto nos despojamos de ese espeso politiqueo que lo impregna todo y que transforma cualquier aspecto de la vida en un asunto político y en un motivo más de enfrentamiento. Es un descanso que gran parte del espacio informativo esté ocupado por los Juegos Olímpicos, aunque el hecho de que estén organizados por una brutal dictadura no permite relajarse del todo a quienes tienen algo de conciencia. Las terrazas invaden las aceras y los españoles las playas. El sol nos invita a salir de casa y el calor a refrescarnos con una caña bajo el chorro del aire acondicionado.
El primer día de este chino agosto, cuando hasta el Gobierno estaba pensando en las vacaciones más que en otra cosa, se reunieron Zapatero y Antonio María Rouco Varela en la que es la entrevista más importante de la II legislatura zapateril. En ella, Zapatero le dejó bien claro al presidente de la Conferencia Episcopal que el gran proyecto del Gobierno era la implantación de Educación para la Ciudadanía, que había sido aprobado por la mayoría del Parlamento y que no iban a tolerar una oposición a la ley por parte de la Iglesia. Esos son los términos del Gobierno para la guerra política más importante al menos hasta 2012. No quiere prisioneros en su lucha contra la Iglesia y no parará hasta anularla política y socialmente. Es cuestión de tiempo que prohíba, como acaba de hacer el Gobierno mejicano, el culto público.
La razón por la que se hablaba de separar Estado e Iglesia es porque la Iglesia no puede pretender valerse del Estado para imponer sus criterios morales y su visión de las cosas. El ámbito de la Iglesia es la sociedad civil. Pero, por un lado, dentro de la sociedad tiene todos los derechos que los demás, incluyendo, claro está, el de manifestar públicamente sus creencias y su fe. Y, por otro, igual que no se le debe permitir que se valga del Estado para imponerse, lo mismo ocurre con cualquier otra forma de pensar o ver la vida. Y sin embargo lo que pretende el Gobierno es, precisamente, crear nuevos hombres progresistas moldeando las tiernas mentes de los estudiantes. ¿No se imponen desde el Estado campañas con ideas que no todos compartimos? El Gobierno entiende el laicismo no como el respeto escrupuloso hacia todas las formas de pensamiento sino como la erradicación de la Iglesia de la sociedad civil y la sustitución de su mensaje, BOE en mano, por el evangelio progresista.
Detrás de este laicismo hay una pretensión totalizadora; totalitaria, en realidad. Pretende el Gobierno ordenar qué se puede permitir y qué no dentro del desarrollo de la sociedad civil. Y cree que el respaldo democrático le da licencia para moldear a la sociedad a su antojo. Zapatero se lo ha dejado claro a Rouco: no se echará atrás ni permitirá ninguna oposición a su política, una vez aprobada en el Parlamento. Es el secuestro de la libertad por la democracia.
José Carlos Rodríguez es miembro del Instituto Juan de Mariana