Los Omeya (756-1031) gobernaron un Al Andalus dividido en diversos grupos raciales y religiosos. Entre los musulmanes estaban los árabes, sirios, yemeníes, bereberes y muladíes (cristianos conversos al islam); después los cristianos, llamados mozárabes, que podían ser de origen godo o hispanorromano, los judíos y los eslavos, que solían ser esclavos y libertos.
El puesto más bajo en la escala social era el de los cristianos y judíos (pese a que muchos de éstos habían colaborado con los invasores en el siglo VIII debido a las persecuciones que sufrieron por parte de varios reyes godos).
La 'protección' a los monoteístas
Para explicar el trato que daban los musulmanes a los creyentes de otras religiones, recurrimos al profesor Felipe Maíllo (Acerca de la conquista árabe de Hispania. Imprecisiones, equívocos y patrañas), perito en derecho musulmán.
Hay dos maneras de concebir esas relaciones. Una, la teológica, que divide a los no musulmanes en monoteístas (cristianos y judíos, casi en exclusiva) y politeístas; los primeros reciben una especie de protección o tolerancia; los segundos, no tienen más alternativa que la conversión o la muerte. Otra, la política: los politeístas que viven en territorio islámico son dimmíes y están sujetos a la dimma, que son normas especiales de obligado cumplimiento, y los que viven en territorio no islámico son harbíes.
Maíllo subraya que el islam tradicional no otorga igualdad con los musulmanes a los monoteístas que viven en dar-el-islam, ni lo pretende, porque no puede permitir que se confundan los verdaderos creyentes con los cristianos y judíos.
Cuando los musulmanes se apoderaron de España, trasladaron la legislación que los califas ya aplicaban a los cristianos y judíos de Egipto y Asia Menor.
El expolio fiscal y la humillación permanente
Lo primero que hemos de tener presente al analizar el destino de los mozárabes (los árabes les llamaban romanos, nazarenos, rumíes o dimmíes; el término mozárabe aparece por primera vez en un documento leonés de 1024) es que las crónicas árabes apenas les mencionan. Sabemos que hubo rebeliones porque se narran algunas de ellas, sobre todo cuando se aplastan, pero no sabemos cuántas, o bien por fuentes cristianas.
En las escuelas jurídico-teológicas islámicas sólo la comunidad de fieles es la única legítima beneficiaria de los bienes creados por Alá y "la yihad es el medio por el que se produce la restitución a sus legítimos propietarios de los bienes que los infieles poseen ilegalmente"(Rafael Sánchez Saus, en Al-Andalus y la cruz).
Mediante la dimma, el cristiano o judío recuperaba una parte de los derechos negados. Este no musulmán estaba obligado a abonar dos impuestos. Uno era el jarach, sobre la tierra, que podía alcanzar la mitad de la cosecha, y sin reducciones (encima, la deuda se acumulaba en los herederos), mientras que el musulmán abonaba entre un 5% y un 10%. El otro, era la jizya, que era personal, a cambio de que la comunidad islámica le perdonase la vida. Su cantidad variaba y su pago se hacía en público y bajo humillaciones; en el reinado de Abderramán III se pagaba cuatro veces al año.
Como los cristianos fueron la mayoría de la población de Al Andalus hasta el siglo X, nos encontramos ante un sistema colonial, en el que una minoría armada y salvaje vive en la opulencia mediante el saqueo legal de la mayoría sojuzgada. Otro pilar económico y social de Al Andalus eran las expediciones para atrapar esclavos, en las que destacó Almanzor.
La dimma incluía más normas, como la prohibición absoluta de poseer armas, de habitar casas más altas que las de los verdaderos creyentes, de montar a caballo y de vestir ropas lujosas y de colores vivos; la reducción del valor del testimonio de un cristiano y un judío al de una mujer musulmana, que era la mitad que un varón musulmán…
Los emires y califas nombraban no sólo a los condes (jefes de la comunidad cristiana) y a los recaudadores de impuestos, sino también a los obispos. Muchas veces usaban a los mozárabes como personal de confianza, lo que les hacía a éstos más dependientes del favor omeya pero más odiados entre la masa agitada por los ulemas.
Mártires y rebeldes
A pesar de la segregación y de la violencia que padecían, de la que podían librarse en parte abjurando de su fe, los cristianos resistieron la absorción por siglos. Según Richard W. Bulliet, a finales del siglo VIII sólo el 10% de los andalusíes era musulmán; un 20% una centuria después; a mediados del X, en el auge del califato, un 50%; y a principios del siglo XI, ya el 80%.
Aunque estaban desarmados y desmoralizados, los mozárabes protagonizaron abundantes rebeliones y protestas mientras fueron la mayoría. En el siglo VIII destacaron el movimiento martirial de Córdoba (850-859), en el que varias docenas de cristianos, de los que el más conocido es San Eulogio (que llamó "extranjera" a la dominación de los musulmanes), se presentaban ante las autoridades para confesar que no creían en Mahoma y someterse a la pena de muerte; y la sublevación de Omar ibn Hafsún, muladí que se bautizó como Samuel, en un territorio entre Córdoba y el Mediterráneo, con capital en Bobastro, a la que el poder omeya le costó casi cincuenta años aplastar (880-929). Semejantes reacciones de los cristianos demuestran la incapacidad de los musulmanes para construir una sociedad en la que hubiera una unidad y un respeto mínimos entre sus elementos.
Bat Ye’or afirma que el estatus del dimmi fue peor que el del esclavo, porque éste, aunque privado de libertad, "no sufría una humillación obligatoria y constante prescrita por la religión". En una paradoja de la historia, los reyes cristianos adoptaron el modelo de la dimma a partir del siglo XI para regular las relaciones con los musulmanes que incorporaban a sus reinos.
Deportaciones a África
La historia de la mozarabía en Al Andalus concluyó una vez que irrumpieron los africanos almorávides (1086), a los que unos reyes andalusíes, en repetición de la historia de los witizanos, habían llamado para que les ayudasen a combatir a Alfonso VI. Aunque después de la toma de la fortaleza de Barbastro (1064) los ulemas y los emires de las taifas endurecieron la dimma, se pasó entonces a la persecución.
En las décadas anteriores, cuando los reinos de taifas caían ante los ataques cristianos, muchos mozárabes aprovecharon para colaborar con sus hermanos en la fe o escapar. Alfonso I de Aragón, que penetró en Al Andalus en 1125, regresó a sus tierras con no menos de 10.000 mozárabes. Los almorávides deportaron a miles de mozárabes a Marruecos en las primeras décadas del siglo XII. En 1147, la entrada de los almohades en Sevilla, con la captura y violación de mujeres judías y cristianas persuadió a muchas de las ya reducidas comunidades mozárabes para huir al norte. Igualmente en el siglo XI empezó la emigración de comunidades judías (aljamas) a tierras cristianas.
Sin embargo, los mozárabes de los siglos XI y XII no fueron recibidos siempre con los brazos abiertos por los cristianos libres. Éstos se habían desprendido de neogoticismo, insuflado por el clero mozárabe que había emigrado a Oviedo y León desde el siglo VIII, y que si bien había permitido a la España cristiana sobrevivir en esa edad oscura, como dice Sánchez Saus, ni era posible su restauración ni podía animar a la Cristiandad hispana a expulsar, por sus solas fuerzas a los invasores.
En España, el Camino de Santiago y los monjes cluniacenses (llamados por los monarcas para levantar los monasterios destruidos por Almanzor) trajeron las nuevas ideas católicas y el espíritu de cruzada. Los reyes de León, Navarra, Castilla y Aragón habían aceptado sustituir el rito litúrgico nacional, que seguían practicando los mozárabes, por el romano. En el Toledo reconquistado (1085) se produjo un conflicto tan profundo que el papa concedió el privilegio de su mantenimiento en seis parroquias.
Confundidos con sus amos
Además, debido al proceso de aculturación que padecían desde hacía siglos –y del fracaso de su goticismo para defenderse de él–, los mozárabes estaban tan arabizados que usaban nombres árabes y se circuncidaban (hábitos que practicaban incluso los clérigos), hablaban el árabe mejor que las lenguas romances y el latín, vestían a la oriental y pretendían descender de personalidades árabes. También en ellos arraigaron varias herejías por influencia islámica, sobre todo las que negaban la divinidad de Cristo o la Trinidad, como el adopcionismo, defendida por un arzobispo de Toledo, Elipando.
La comunidad mozárabe de Lisboa desapareció por la espada de los cristianos. En el sitio y toma de esta ciudad (1147) participaron cruzados ingleses y flamencos que mataron al obispo y cautivaron a sus fieles, porque, a pesar de las invocaciones de éstos a la Virgen María, habían defendido la ciudad y, por sus vestidos y su lengua árabes, parecían más musulmanes (o herejes) que cristianos.
Así concluyó una comunidad que sufrió lo indecible en su propia tierra por lealtad a Cristo y la Iglesia.
Fuente: Libertad Digital, 24 de agosto de 2016