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Persecuciones religiosas en Inglaterra en el siglo XVI

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El siglo XVI en Inglaterra vio grandes ataques a la libertad religiosa. Puede resultar extraño al lector contemporáneo saber que esta nación, que ahora se considera un modelo de tolerancia y de Estado de derecho, y que tiene una historia gloriosa en su lucha por la defensa de la libertad, fue escenario de terribles persecuciones por el mero hecho de tener una fe religiosa distinta de la oficial.

La Inglaterra medieval se distinguió por su fidelidad al Papa, aunque hubo movimientos que pedían la autonomía de la Iglesia de Inglaterra respecto de Roma. Esos movimientos no tuvieron demasiadas consecuencias inmediatas, aunque dejaron en el aire un ambiente de recelo hacia el Papa que luego darían frutos. Los hechos se precipitaron durante el reinado de Enrique VIII, sobre todo con ocasión del deseo del Rey de obtener la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón. El Papa declaró válido ese matrimonio. Ante esta decisión, Enrique VIII solo vio una salida para hacer cumplir su deseo: la declaración del Rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra en vez del Papa.

Represión religiosa bajo Enrique VIII

En 1534 se promulgó el Acta de Supremacía de por la cual se declaró a la corona británica como «única cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra» en lugar del Papa. Cualquier acto de alianza con el Papa era considerado traición.

Pocos se opusieron a esta ley. Entre ellos los más conocidos son santo Tomás Moro y el obispo de Rochester, san Juan Fisher, ejecutados en 1535. Particularmente conmovedora en este primer período es la historia de la Beata Margaret Pole, viuda con cinco hijos, último miembro de la casa real de Plantagenet, madre del Cardenal Reginald Pole. Como su hijo había escrito desde Roma en defensa de la unidad de la Iglesia, se intentó probar que Margaret había tomado parte en una conjura contra el rey. No osaron llevarla a juicio pues ningún jurado la hubiera considerado culpable. Sin embargo, el 28 mayo 1541 por ley especial del Parlamento fue condenada y decapitada en la Torre de Londres.

Santo Tomás Moro, mártir en la persecución de Enrique VIIILas órdenes religiosas se sometieron más fácilmente de lo que se esperaba. Solamente resistieron los franciscanos de estricta observancia y los cartujos. La oposición de los franciscanos fue general, y sus siete monasterios fueron clausurados y buen número de religiosos fueron expulsados, otros apresados y no pocos martirizados.

Destacan los mártires de la Cartuja de Londres. En 1535 fue ejecutado san Juan Houghton, el prior de la comunidad, y otros miembros que también se negaron a aceptar el Acta de Supremacía. Fue nombrado otro prior que sí firmó la supremacía, pero diez miembros de la comunidad se negaron y fueron apresados en mayo de 1537, encarcelados en Newgate, y sometidos a condiciones infrahumanas, de tal modo que la mayoría de ellos murió ese mismo año. Uno de ellos, Guillermo Horne sobrevivió, y aun soportó tres años más de cárcel, hasta que finalmente fue ejecutado en Tyburn en 1540.

La supresión de los monasterios, y, con ellos, del culto católico, fue la chispa que dio origen a una rebelión en las regiones del norte, especialmente en los condados de Lincoln y de York, donde la fe estaba más afianzaba. La insurrección en el condado de York tomó el nombre de “Peregrinación de la Gracia”, pues se consideraban peregrinos en defensa de la fe, tras el estandarte de las Cinco Llagas de Cristo.

Eduardo VI heredó el trono a la muerte de su padre, el 28 de enero de 1547, a la edad de nueve años. El duque de Somerset, tío del joven rey, ejerció la regencia durante los seis años de su reinado. En este periodo se introdujo la doctrina protestante en la Iglesia de Inglaterra, con lo cual al cisma se unió el conflicto doctrinal.

Represión religiosa bajo María I

El Acta de Supremacía fue abolida en 1554 por la Reina María I (1553-1558), hija de Enrique VIII, la cual restableció el catolicismo como religión del Estado en Inglaterra. En su reinado se nombraron nuevos obispos y se persiguió a los partidarios de la separación de la Iglesia de Inglaterra (ya conocidos como anglicanos) y algunos de ellos acabaron en la hoguera. Según el Libro de los mártires, editado bajo el reinado de Isabel I, fueron 284 personas el número de los condenados  a muerte por cuestiones de fe en este reinado. Entre ellos destacan Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury en el periodo anterior; Nicholas Ridley, obispo de Londres y el reformista Hugh Latimer.

Represión religiosa bajo Isabel I

Sin embargo, bajo el reinado de Isabel I se restableció el Acta de Supremacía y la persecución fue en esta ocasión contra aquellos que habían permanecido leales al Papa y se habían negado a aceptar a la nueva Iglesia anglicana.

Como resultado, se impuso la obligación de que cualquier persona que aceptara un oficio en la Iglesia de Inglaterra o el Estado estaba obligado a prestar el Juramento de Supremacía y había graves penalidades por violar ese juramento, incluyendo la muerte. Esta obligación aún hoy continúa vigente. Además, era forzoso asistir a los servicios religiosos anglicanos. Quienes no cumplieran esta obligación (normalmente eran católicos o puritanos) eran multados y penados físicamente por recusación.

En tiempos de Isabel I se imprimió El libro de los mártires escrito por John Foxe, que recogía la relación de perseguidos en el reinado de María I. En 1571 la Convención de la Iglesia de Inglaterra ordenó que se debían guardar copias del Libro de los Mártires en todas las catedrales y casas de dignatarios religiosos para la inspección pública. El libro también fue exhibido en muchas parroquias anglicanas junto con la Biblia. En un período de extremo fanatismo, la exagerada historia de la Iglesia contenida en la primera parte del libro, con sus grotescas historias de papas y monjes, contribuyó mucho a alimentar los prejuicios anticatólicos en Inglaterra, así como las historias de sufrimiento de los reformistas, anglicanos y protestantes, quemados por María I.

Se estima que en diez años (de diciembre de 1559 a 1569) Isabel I manda ejecutar a casi 800 católicos. En 1570 el papa Pío V consideró que debía pronunciarse ante semejantes atropellos. Por ello mediante la bula Regnans in Excelsis declaraba depuesta a Isabel por herética. El resultado fue el contrario al deseado, porque se hizo insostenible la posición de los súbditos católicos de la reina inglesa.

En 1568 William Allen –después cardenal de la Iglesia Católica– funda el seminario inglés de Douai, en los Países Bajos españoles, al que siguieron otros en Roma, Valladolid y Sevilla (de los que luego se hablará) donde se ordenaban sacerdotes que luego volvían a Inglaterra. Son los llamados «sacerdotes de seminario» para distinguirlos de los sacerdotes «marianos» de tiempos de la reina María Tudor. Se ha de destacar en enorme valor de estos sacerdotes, que estaban dispuestos a enfrentar graves peligros (sin excluir el martirio) por ayudar a los católicos que aún quedaban en Inglaterra. Los primeros sacerdotes misioneros llegaron en 1574. El primero martirizado es S. Cuthbert Mayne, ahorcado y descuartizado el 29 de noviembre de 1577, al no aceptar que «la Reina pudiera ser la Cabeza de la Iglesia en Inglaterra». Le siguieron S. Ralph Sherwin y S. Alexander Briant (1581); S. John Paine y S. Luke Kirby (1582), junto con el primer jesuita, S. Edmundo Campion. El 17 octubre de 1584 fue ahorcado el protomártir de Gales, S. Richard Gwyn, un maestro de escuela, laico converso. En total han sido beatificados unos 160 «sacerdotes de seminario».

En 1585 se promulgó un decreto por el que se prohibía la misa y se expulsaba a los sacerdotes. Estos dispusieron de cuarenta días para salir del reino. El hecho de ser sacerdote constituía delito de traición y se aplicaba la pena capital. Quienes dieran cobijo o comida o dinero o cualquier clase de ayuda a sacerdotes ingleses también eran tratados como traidores. En este periodo muchos sacerdotes decidieron permanecer en la clandestinidad para mantener la fe de la población. Los riesgos eran enormes.  Bastaba con sorprender una reunión clandestina para celebrar Misa, unas ropas para los oficios sagrados descubiertas en cualquier escondite, libros litúrgicos para los oficios, un hábito religioso o la denuncia de los espías y de malintencionados aprovechados para acabar en la horca acusados de traición.

Por esta ley se condenaría a la muerte a muchas personas. La primera fue la madre de familia, S. Margaret Clitherow, aplastada por una losa en York, en 1586; otra mujer mártir, S. Margaret Ward, fue ahorcada en Tyburn en 1588. Ese año, después de la derrota de la Armada Invencible, se recrudeció la persecución, y aún más después de una Real Proclamación contra los Católicos de 18 de octubre de 1591. El Duque de Arundel, S. Philip Howard, fallece ese año en la Torre de Londres. En 1598, el franciscano S. John Jones; en 1600, el laico S. John Rigby; y en 1601 la mujer laica conversa Anne Line.

Las ejecuciones, siguiendo la costumbre inglesa, eran especialmente crueles. Normalmente la condena era a ser hanged, drawn and quartered (literalmente, ahorcado, arrastrado o eviscerado y descuartizado), que en el caso de los varones incluía la amputación en vivo de sus órganos genitales. El lugar de ejecución era Tyburn, una aldea cercana a Londres, y acudían a presenciarla cientos de personas que pagaban para verla.

El Cardenal William Allen obtuvo en 1579 la creación de una misión para atender a los católicos que aún quedaban en la isla, la llamada Misión de Inglaterra, confiada a los jesuitas. Los primeros misioneros fueron Parsons y San Edmundo Campion, que entraron clandestinamente en Inglaterra en 1580. Campion fue ejecutado en 1581 y Parsons tuvo que regresar al Continente para no volver a su país natal nunca más. Para formar sacerdotes para la Misión se fundaron el Real Colegio de Ingleses de San Albano en Valladolid (1589) y el Real Colegio de Ingleses en Sevilla (1592).

De estos Colegios Ingleses salieron muchos sacerdotes que entraban clandestinamente en Inglaterra. Es de admirar la fortaleza de los sacerdotes que salían de estos centros que estaban decididos a ir a Inglaterra arriesgando la vida. Estos Colegios se convirtieron en verdaderas escuelas de mártires. Sus alumnos procedían de familias católicas inglesas clandestinas, que enviaban a sus hijos a estudiar allí con pretexto de estudiar en una universidad o dedicarse al comercio o cualquier otro.

Represión religiosa durante el siglo XVII

Más tarde, se hicieron varias acusaciones a los católicos que alimentaron el sentimiento anticatólico en Inglaterra, entre las que destaca la Conspiración de la pólvora (1605), en el que Guy Fawkes y otros católicos fueron acusados de intentar volar el parlamento inglés cuando se encontraba en sesión.

Esta conspiración inspiró leyes más restrictivas. Los mártires canonizados de este período son: el hermano lego jesuita, S. Nicholas Owen (1606), el padre jesuita S. Thomas Garnet (1608), el benedictino S. John Roberts (1610) y el sacerdote S. John Almond (1612). El jesuita escocés S. John Ogilvie fue ahorcado en Glasgow en 1615.

Con Carlos I la persecución se debió más a la mayoría protestante que a la voluntad del rey. Fueron llevados a la horca el sacerdote jesuita S. Edmund Arrowsmith (1628); los benedictinos S. Edward Barlow (1641) y S. Bartholomew Roe (1642); y en 1645, S. Henry Morse, otro jesuita. Bajo la República Parlamentaria de Cromwell, en 1654, fue ahorcado y descuartizado en Tybum el sacerdote San John Southworth.

El gran incendio de Londres en 1666 fue atribuido a los católicos.

En el reinado de Carlos II un supuesto complot, tramado por un tal Titus Oates de Londres, provocó una feroz persecución desde 1678 a 1681 que condujo a varios católicos al martirio acusados de haber conspirado para llevar soldados franceses a Inglaterra, aún después de haberse probado que Oates era un perjuro. Aparte de S. Oliver Plunkett, que fue el último católico en Inglaterra que sufrió condena de muerte por su fe (en 1681), fueron acusados y ahorcados en 1679: S. John Plesington, S. John Lloyd y S. John Kemble (sacerdotes); S. Philip Evans y S. David Lewis (jesuitas galeses); S. John Wall (franciscano).

En general se acusaba a los católicos de que constituían un imperium in imperio, puesto que deben una mayor fidelidad al Papa que al gobierno civil. Se promulgaron varias leyes, conocidas colectivamente como Leyes Penales, que impusieron desventajas y penas legales a los católicos. Estas leyes fueron gradualmente derogadas en el curso del siglo XIX con leyes como el Acta de Ayuda Católica de 1829.

En junio de 1780 se produjeron en Londres una serie de disturbios anticatólicos conocidos como los Disturbios de Gordon. El nombre proviene de Lord George Gordon, parlamentario y dirigente de la Asociación Protestante, que se opuso a la ley propuesta en el Parlamento en 1778 que pretendía mitigar las penas legales contra los católicos. La Ley fue conocida como la Ley Papista de 1778. Turbas de protestantes comenzaron a atacar iglesias, casas, edificios públicos y a católicos. Fueron desplegados en Londres 12.000 soldados para reprimir los tumultos y fueron asesinadas cerca de 700 personas.

En 1850 se restableció la jerarquía católica en Inglaterra, lo que creó un brote de sentimiento anticatólico reprobado por los periódicos.

Aún hoy, como resultado del Acta de Establecimiento de 1701 dictada durante el tiempo penal, los miembros de la Familia Real Británica están obligados a renunciar a cualquier derecho a suceder en el trono si se unen a la Iglesia Católica o contraen matrimonio con un católico.

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