En una reunión calificada como «positiva y respetuosa» por el Vaticano, Benedicto XVI reclamó ante la máxima autoridad religiosa turca que la libertad de las minorías cristianas tiene que ser respetada. El director general de Asuntos Religiosos, Ali Bardakoglu, respondió acusando al Papa de ser un «esclavo» de los estereotipos contra el islam, en una clarísima referencia al discurso de Ratisbona.
Se preveía tenso el encuentro entre el Pontífice y uno de los líderes islámicos que más crítico y agresivo se mostró al comentar en su día las palabras pronunciadas por el Papa en Alemania. Y lo cierto es que la visita no defraudó dichas expectativas, pese a los esfuerzos de ambas partes (especialmente del Vaticano) para que el debate discurriese por cauces civilizados. Ninguno de los dos líderes calló sus puntos de vista. «La libertad de religión, garantizada institucionalmente y efectivamente respetada, ya sea para los individuos como para las comunidades, constituye para todos los creyentes la condición necesaria para su leal contribución a la edificación de la sociedad», dijo el Papa en inglés.
Ataques directos
En un tono algo menos diplomático, Bardakoglu respondió, renovando sus críticas contra los «demasiados prejuicios» en contra del mundo musulmán, y acusó al Papa de ser «esclavo» de los estereotipos. «Los musulmanes condenamos todos los tipos de violencia y de terror, independientemente de quién los comete y contra quién», aseguró, en turco, Bardakoglu, lamentando después que «durante los periodos que estamos atravesando, vemos cómo la islamofobia está gradualmente creciendo, asegurando que expresa una mentalidad según la cual la religión islámica contiene y defiende la violencia, que el islam se ha difundido en el mundo con la espada y que los musulmanes son potenciales defensores de la violencia».
Después, en una interpelación directa al Papa, aseguró que «los hombres de religión no deberíamos ser esclavos de estos prejuicios, nutridos de los citados miedos y preocupaciones,y tendríamos que actuar con sentido común». Palabras muy duras para un encuentro de este tipo.
Bardakoglu, denominado informalmente Gran Muftí, es la máxima autoridad musulmana del Gobierno turco. Y es que tras, las reformas laicas emprendidas por Kemal Ataturk, el Estado controla los discursos de las mezquitas y coordina la actividad religiosa, una medida que se implantó en sustitución de la ley de la Sharia con la que se gobernó el país hasta entonces. Por ello, Bardakoglu es uno de los pocos líderes musulmanes que realmente ejerce un papel jerárquico para su culto. Subordinados a su autoridad se encuentran los diferentes muftíes, o líderes espirituales locales, con dos de los cuales también se entrevistó el Papa.
Más allá de las diferencias, que ocuparon tan sólo unas pocas líneas de los respectivos discursos, el Papa y el Gran Muftí hablaron de entendimiento, afinidades y diálogo. «Esta visita constituye un paso muy importante para la alianza entre religiones y culturas diferentes», dijo Bardakoglu. «Cristianos y musulmanes, siguiendo sus respectivas religiones, llaman la atención sobre la verdad del carácter sagrado y la dignidad de la persona», señaló por su parte el Papa, que cerró su discurso afirmando que el diálogo con el islam «no puede reducirse a una opción: contrariamente, es una necesidad vital». Para acabar, Benedicto XVI tendió un último puente a la concordia: «Cristianos y musulmanes pertenecen a la familia humana de los que creen en un Dios único», aunque es a través de «sus respectivas tradiciones».
Las diferentes interpretaciones y traducciones de ambos discursos dieron lugar a disputas. Tanto fue así que el Vaticano respondió a la publicación de una información de una agencia internacional, que cargaba las tintas sobre la «mutua hostilidad» de los líderes religiosos.
Desde la Santa Sede se quisieron destacar los aspectos positivos del diálogo. «Cuando hay diálogo hay diversidad de opiniones, lo importante es que se haga sin tensión y que se razonen civilizadamente los argumentos», explicaron fuentes vaticanas.
Fuente: diario La Razón, Madrid 29 de noviembre de 2006